Hace uno días tuve un sueño en el que paseaba en un bosque de rododendros en Nepal, muy similar a los que en más de una vez tuve la oportunidad de sentir en alguno de mis trekkings por el Annapurna o Ganesh Himal o el del Everest.
Hoy he abierto una de las ventanas que nos ofrece internet y he encontrado esta bella leyenda:
EL RODODENDRO Y EL ALISO

—Buen aliso —le dijo —, soy tu señor. Quiero honrar tu humildad. Nos uniremos. Yo te ayudaré a escalar la montaña. Basta que digas que serás mío, y te conduciré hasta mis alturas.
El aliso miró a su alrededor. No vio más que un arbusto sin flores y con las hojas rizadas por el frío.
Orgulloso, estiró sus ramas y se giró hacia el arbusto:
—Mi savia contiene sangre real. ¡Tú no eres suficientemente bueno para mí! —espetó.
Pero cuando llegó el calor del verano, el rododendro, que estaba en las altas cumbres, floreció y se llenó de color carnesí, púrpura y blanco. Impresionado por la belleza de las flores, el pequeño aliso se enamoró del arbusto. El árbol hizo todo lo posible por llamar su atención, su corteza y sus hojas relucían, pero sus esfuerzos eran en vano. El rododendro seguía ofendido y no miraba siquiera al árbol.
AI final, el aliso, con el corazón destrozado, arrancó sus raíces y rodó montaña abajo. En su caída, sus ramas arrastraron rocas que provocaron avalanchas.
Así, en nuestros días, cuando se produce una gran avalancha, los nepalíes culpan al pequeño aliso. Y si te fijas, observarás que los alisos siempre están entre rocas, mientras que, en lo más alto, un rododendro mira en otra dirección-