Otoño de 1991. Kathmandú.
Con el afán de profundizar en el conocimiento de la ciudad, Marta ( mi enamorada en aquel momento ) y yo, decidimos dirigirnos a uno de los lugares más emblemáticos de Kathmandú : Swayanbunath ( El Templo de los Monos ).
Subimos unos 365 escalones. Hacía calor. Entramos a refrescarnos a un pequeño bar, en las cercanías de la stupa.
Un bar de no más de 4 metros cuadrados. Nos atendió una joven mujer tibetana.
Su madre, no más de 50 años, venía de cumplir con el ritual de su religión. Dar vueltas y vueltas a la stupa vecina.
Vestía el hábito de monja tibetana. Color burdeos. Pelo corto. Solo hablaba tibetano. Su hija nos ayudó a comunicarnos con ella.
Desde aquel momento cada vez que volvía a Nepal, la primera cosa que hago es subir a saludarlas.
Siempre es un placer el reencuentro.
Las condiciones en que ellas dos viven es muy deplorable. Recuerdo que una vez les dejé escrita mi dirección y teléfono para que contactarán conmigo en el momento que lo necesitaran.
Nunca me llamaron. Las ratas que pululan a su alrededor, se comieron aquel papel.
Igualmente recuerdo un año, en el que la salud no le iba bien a la "mamá". Me fui con ella a una consulta de un médico tibetano o lo que fuera, en las cercanías del templo.
Mi mentalidad occidental no me dejó tranquilo con el diagnóstico. Padecía dolores abdominales. No me lo pensé dos veces. Hablé con su hija y con un monje del monasterio. Les dí dinero ( no importa cuanto ) con la obligación de que al día siguiente se fueran a un médico.
Así fue. La hicieron una analítica completa. Diagnosticaron su problema de infección intestinal. La medicaron y salvó su vida.
Todos los años voy a verlas.
Siempre nos alegran los reencuentros. La "mami" siempre me dice que cada año estoy más joven. Me acaricia. Me sonríe. Su hija traduce lo que ella quiere decirme. Nunca ha aprendido nepalí.
Su hija me cuenta que cada día que sale a rezar ( dar vueltas a la stupa ), pide por mí y por los míos para que nos vaya bien.
Ayer, Jose, un nuevo amigo que tengo, y que pasó a visitarlas me dio una triste noticia.
Aquella "mami" tibetana que tenía, ha fallecido. Ha dejado este mundo. Ya no pasea. Ya no reza. Ya no sonríe. Ya no habla.
Habrá sido incinerada y sus cenizas se habrán fundido con la tierra.
Que descanse en paz